El Reichstag de Norman Foster

La cúpula del Reichstag se eleva como una corona de cristal suspendida entre el peso de la historia y la levedad del porvenir. En la fotografía, su estructura transparente brilla con una claridad casi irreal, como si flotara sobre Berlín, ajena al ruido, hecha de luz y promesas.

Desde el ángulo captado por la cámara, las curvas de acero se entrelazan con el cielo, y el vidrio, sutil y brillante, refleja las nubes que pasan lentas, como pensamientos sobre la memoria de una nación. El interior, visible entre las líneas perfectas de la geometría, sugiere movimiento: sombras humanas recorren las rampas en espiral, figuras pequeñas dentro de un espacio inmenso, como ideas ascendiendo en silencio.

Bajo ella, el Reichstag —antiguo, herido, reconstruido— permanece firme, mientras la cúpula lo transforma en algo vivo, transparente, respirando. Es un faro diurno, una linterna cívica, una metáfora tangible de que incluso las estructuras más sólidas pueden volverse ligeras cuando se abren al cielo.

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